martes, 27 de febrero de 2018

Todavía hay seres humanos que piensan que la homosexualidad es una enfermedad....

Vemos al estadounidense que escapó de un “tratamiento para curar la homosexualidad” en África.


Un taxi a medianoche a la embajada de Estados Unidos. Un vuelo de emergencia a casa. Una nueva vida en Nueva York. Así se resume el desenlace de la historia del exmusulmán Mahad Olad.
Mahad Olad estaba en una habitación de hotel en Nairobi, la capital de Kenia, mirando a su madre. Ella sostenía en sus manos dos artículos de un periódico estudiantil de Nueva York.
En el primer artículo, Olad, que entonces tenía 19 años, había escrito que era ateo.
En el segundo, que era gay.
Su madre, una musulmana somalí, no podía tolerarlo. Por eso, le dijo que lo iba a enviar a donde los líderes tribales.
Estos lo reformarían, lo reintegrarían en la comunidad, lo convertirían en musulmán y lo volverían heterosexual, le dijo.
Pero Olad ya había leído sobre la conversión gay en África, sobre las largas lecciones religiosas y el abuso, y no quería ser partícipe de ello.
Estaba feliz de ser gay. Estaba feliz de ser exmusulmán.
Sin embargo, asintió con la cabeza, sonrió y le dijo a su madre que haría lo que ella dijera.
Luego, después de que ella saliera de la habitación, Olad hizo una llamada telefónica.
Y cuando una puerta se cerró, otra se abrió.

Un viaje duro

Ex-Musulmanes de Estados Unidos (Ex-MNA, por sus siglas en inglés) es una organización que trabaja con personas que abandonan el islam. Su lema es: “Visualizamos un mundo donde cada persona es libre de seguir su conciencia”.
Muchos de sus miembros, a menudo hijos de inmigrantes, son rechazados por sus familias. Algunos hasta reciben amenazas de muerte. Y Olad era una de esas personas que necesitaba ayuda.
Desde la habitación del hotel, llamó a un miembro de Ex-MNA en Minneapolis, la ciudad estadounidense en la que creció. Y el grupo contactó con la embajada de Estados Unidos en Nairobi.
La organización estaba feliz de ayudarlo, ya que es ciudadano estadounidense. Pero había un problema.
La embajada estaba en la Avenida de las Naciones Unidas en Gigiri, un barrio de casas grandes y piscinas azules de Nairobi. El hotel de Olad estaba a 16 km de distancia en Eastleigh, un enclave somalí conocido como Pequeña Mogadiscio.
El personal de la embajada no viaja allí.
Ex-MNA habló con sus miembros somalíes, quienes se comunicaron con los contactos en Eastleigh.
Reservaron un taxi nocturno y poco después Olad se escabulló sin ser visto.
En Kenia lo acompañaban su madre, su hermano mayor, una hermana mayor, una hermana menor y dos sobrinos. Y tenía el pasaporte en la habitación de su madre. Así que entró sigilosamente al cuarto, lo tomó mientras ella dormía y bajó las escaleras.
Después trató de averiguar dónde estaba su hermano mayor, ya que permanecía despierto y, si lo encontraba, trataría de evitar que se fuera.
Cuando se aseguró que no lo interceptaría, salió del hotel. Se dirigió al taxi, subió a él y se fue, dejando atrás a las únicas personas que conocía en la ciudad.
Ya en la embajada, mostró su pasaporte a los guardias y estos lo dejaron entrar. Finalmente, se encontraba en territorio estadounidense.
Allí, un abogado estadounidense lo estaba esperando. Lo entrevistó y le dejó que se quedara en su casa, en un recinto cerrado.
Cuando salieron, un guardia armado los acompañó.
Cuatro días después de llegar a la embajada de EE.UU., Olad salió de Kenia con un boleto pagado por Ex-MNA. Y después de coger tres vuelos, llegó a Ithaca, Nueva York, la ciudad donde va a la universidad.
Era el 31 de mayo de 2017. No ha visto a su familia ni ha hablado con ella desde entonces.
Abandonando el islam
Si se le pregunta sobre ello, Olad dice saber exactamente cuándo comenzó a abandonar el islam. La explosión, los gritos y el terror son difíciles de olvidar, asegura.
Nació en Kenia en 1997, después de que sus padres somalíes huyeran de la guerra civil. Y en 2001, la familia se mudó a Minneapolis, Minnesota.
Cuando tenía 13 o 14 años, la familia regresó a Kenia por un año. Olad cuenta que lo disfrutó. Fue a una madrasa —escuela islámica— y no se cuestionó su religión.
Pero en septiembre de 2012 unos islamistas lanzaron una granada a la escuela y fue cuando todo empezó a cambiar para Olad.
“Pasó a solo unos metros de mí”, recuerdo. “Atacaron una iglesia. Literalmente tuve que correr por mi vida”.
En el ataque murió un niño y tres resultaron gravemente heridos.
Esa noche, Olad escuchó a un clérigo musulmán predicar desde un púlpito.
“Dijo que el ataque estaba justificado“, hace memoria. “Era un predicador wahabí-salafista (una forma ultraconservadora del islam). Así que no era raro que dijera estas cosas”, reconoce.
“Creo que es eso lo que promueve mi fe. Y si esas teorías que dicen que el islam está intrínsecamente conectado con la violencia son verdaderas, entonces no puedo considerarme musulmán“, explica. En el mundo católico argentino también están quienes piensan que es una enfermedad la homosexualidad.  Que equivocados que están. 
                      Luciano Larocca (Docente de Cosquín)


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