sábado, 29 de agosto de 2020

Los cuentos del escritor Hans Christian Andersen

 A continuación conoceremos un poco al escritor Hans Christian Andersen (Odense, 2 de abril de 1805 - Copenhague, 4 de agosto de 1875), quien fue uno de los grandes escritores de su época. En sudamérica se lo conoce poco en la actualidad. Fue hijo de una familia pobre y trabajadora. El padre era zapatero y la madre lavandera, donde en ocasiones no tenían dinero para alimentarse. En el año 1819 se trasladó a la ciudad de Copenhague para buscar una mejor fortuna, tenía en su juventud un sueño de ser cantante de ópera. Entre los cuentos infantiles más conocidos en la actualidad tenemos a “El patito feo”, “La sirenita”, y “La Reina de las nieves”. Aunque el público en la actualidad reconoce esas historias que fueron llevadas al cine, pero poco saben de su publicación original.  Comparemos algunas obras suyas y su biografía. 

 
“No se si sabéis que aquí, en Dinamarca, tenemos un antiguo proverbio que dice: Si encuentras una rama de corteza blanca, póntela en la boca y serás invisible. Yo que he encontrado una de esas ramas, llegó sin ser visto junto a los niños cuando papá, mamá o la hermanita mayor están leyendo  mis cuentos“. Así termina Hans Christian Andersen "La felicidad es una rama”: pero la rama mágica de corteza blanca no es el gajo imposible y vegetal del proverbio; me atrevo a asegurar que  esa milagrosa rama de corteza blanca es cada una de las páginas de sus cuentos, que son un frondoso árbol de maravilla.  
Considero que allí está presente el escritor Andersen en el sonido de cada palabra, en el arpegio de cada renglón, armonizando con el argumento del apólogo un episodio, un momento de su vida. Así lo confiesa el escritor al referirse  a las particularidades de pasajes que retrata en la novela “O.T.”, cuando dice: “el conjuro de mi recuerdo poderoso hace revivir la amable y pequeña ciudad”. 

 
Muchos investigadores literarios quieren ver en este poema dinamarqués un folklorista. No se puede negar que algunos argumentos de sus narraciones pertenecen a la tradición popular escandinava  y se remontan hasta el ciclo de Freyra, o saltando fronteras nacionales, históricas, y geográficas, nos traigan una oda de Anacreón (“El niño malo”) o un entremés de Calderon de la Barca “El dragoncillo” (Nicolasín y Nicolasón), el cual le ha valido a veces la crítica severa de varios autores tan mal documentados que los creyeron creaciones del escritor Andersen.


Sin embargo, al adaptar y remozar temas del folklore, tampoco pudo Andersen abstenerse de trenzar con ellos los hilos sutiles de su madeja. Posiblemente fuera al conjuro de lo que le escribiera Dickens en 1847: “No podemos soportar la pérdida de uno solo de sus pensamientos. Son demasiados ciertos y demasiado sencillamente hermosos para que usted los guarde en sí y para sí solo”. Y Andersen abrió “los misteriosos rincones” de su corazón y dejó subir hasta su obra “los acentos más profundos de esos jardines secretos”. De ahí que a la literatura de los pueblos nórdicos llamada “fresca y florida” por el escritor Lamartine, lleven los cuentos de Andersen sus matices tibios y pálidos.
Hasn, al dar y darse en sus páginas, aportó a estás toda la realidad lírica y la amarga dulzura de su vida. Marie Thérese Latzaras anota: “La misericordiosa virtud del alma humana es, pues, exaltada sin cesar en los cuentos daneses. Pero en Andersen, los animales, las cosas, hasta las mismas ninfas y las dríades de los mágicos poderes, se inclinan todos delante de la superioridad por excelencia: la del alma inmortal”. Si unimos a su comentario el de su Jesualdo: “... en él lo maravilloso es su propia alma y su mundo entero, su mundo vivo, producto de su propia vida”, está logrando el resumen claro y preciso de lo que ambicionamos decir. Como sucede en muchos de los casos, cuando los escritores narran sus experiencias de vida, dentro de sus personajes.
El tono autobiográfico de los “Cuentos de hadas” de Andersen fué en parte confesado por él mismo en su biografía: y lo que ha callado no pasa inadvertido para el lector que, prevenido después de recorrer los senderos de"El cuento de mi vida", se aventura por los laberintos de los cuentos de su pluma y de sus viajes dimensionales. No hay página donde no se descubra bajo el disfraz a un personaje ya conocido y real o se presenta al trasluz   poético y maravilloso de la fantasía el perfil de un paisaje cierto. Es que Andersen no trazó fronteras entre  la realidad y su imaginación, dejando que se imaginaran las dos libremente sus lectores. El análisis de M. Pellison lo confirma: “Después de su corta infancia, lo maravilloso ha sido como una atmósfera natural; a despecho de sus estudios y de sus maestros, él ha permanecido incapaz de separar la leyenda de la historia y la fantasía de la realidad”. Traigamos documentación de su autobiografía: “En el tejadillo, entre nuestra casa y la del vecino, habían puesto un cajón lleno de tierra, en el que germinaban cebolletas y perejil: tal era el jardín de mi madre. En mi cuento "La reina de las nieves” continúa floreciendo. 

  
Mi madre me repetía con frecuencia que yo era mucho más feliz que lo que ella había sido a mi edad. Sus padres la habían obligado hasta mendigar. Y como no hubiese podido resolverse a ello, se había pasado todo un día llorando bajo un puente, al borde del río Odense. Me ha inspirado en el recuerdo de mi madre para pintar a la vieja Dominica en el cuento "El improvisador” y a la madre del músico en “Nada menos que un violinista”. "Un día, un soldado español me alzó en sus brazos y me dió a besar una medalla que llevaba en el pecho. Mucho tiempo después, aquel episodio me inspiro un pequeño poema: “El soldado”.

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Imagen del escritor Andersen tomada en el año 1869




Podemos ver en el “Libro sin estampas” donde bosqueja las representaciones de un teatro particular al que asistía siendo escolar. Un baile burlesco, “la flauta mágica”, aplaudido en Génova, le inspira. De él nos dice: “He reproducido ese argumento en mi cuento "El mercader de arena”. La posada donde se hospeda antes de pasar a los Estados Pontificios, tampoco la olvida: “He recordado ese mismo figón al escribir mi cuento "Los patines magicos”. Los alrededores de Roma también vienen a sus páginas. “Aquel paisaje llegó  a serme muy pronto familiar, y en "El improvisador” he intentado retratar su atmósfera". En el mismo libro trae el cuento que titula “Anunciata”, donde recoge sus recuerdos de niño y adolescente sobre la cantante Emilia Galotti, quien era una admirada que encontró ya menuda viejita en un hospicio de viudas. Realiza la personalidad de la olvidada artista con Malibran: “Y esas dos figuras femeninas tan diferentes las he confundido en una sola: Anunciata”. A un amigo de Viena, Castelli “prototipo del vienés amable, inquieto, hablador, haciendo siempre gala de una fiel familiaridad hacia su emperador”, lo retrata además en otra de sus obras. “En nada menos que un violinista e incluido un personaje como Castelli”. En este mismo libro nos confirma unos datos biográficos: “Nada menos que un violinista” es la obra de mis luchas y de mis sufrimientos y está casi enteramente vivida"



Andersen tampoco se olvida de llevar a su producción recuerdos de sensaciones. “Se acababa de inaugurar el ferrocarril entre Magdeburgo y Leipzig. ¡Por primera vez use aquel medio de locomoción, un verdadero acontecimiento! Me parecía que volaba. He reflejado aquella poderosa impresión en "El bazar de un poeta”.  Encontramos otro ejemplo de su tinte biográfico en el origen del popular cuento “La Fosforerita”, escrito en el castillo de Gravensteen, invitado por el duque de Augustenborg. “En aquella atmósfera de lujo principesco, he compuesto un cuento de pobreza y desolación, ”La fosforita“, basado en el grabado que me había dirigido el redactor de un almanaque pidiéndome que me inspirara en él para un cuento”. Muchos humanos sienten en ocasiones alcanzar la inmortalidad mediante un personaje de cuento, cuyo autor (escritor o escritora) se haya basado en él.
Los paisajes recogidos al azar por el Andersen “Globe Trotter” fueron reproducidos poéticamente en sus libros. Tívoli con sus olivares, cipreses, rosales y viñas, está enmarcado en “El bazar de un poeta”. Invitado a pasar un tiempo con el rey Cristian VIII en el balneario de Foeur, capta para otra obra la original y bella playa: “ …cuya agreste situación y particular naturaleza he descrito en mi novela "Las dos baronesas”. “En la obra "El improvisador” es su viaje a Italia, y la Florencia renacentista despliega sus milagros de mármol y color en la obra “El jabalí de Bronce”. Otra obra autobiográfica es “En Suecia”. Un retrato de la ciudad de Nuremberg es “Bajo los sauces”; y la ciudad de Munich, donde también pasó un tiempo, está miniado y esmaltado con las gracias y la forma de un rosal en “El bazar de un poeta”. 


A veces los más insignificantes detalles o episodios que le ocurren florecen en extraordinaria narración: “Yo había leído varios cuentos míos al hijo menor del poeta Mosen. Los había escuchado con mucha atención. La visera de mi partida, la madre le dijo que me diera la mano, puesto, puesto que no me volvería a ver acaso en mucho tiempo; el niño se echó a llorar. Aquella noche , en el teatro Mosen vino a mi encuentro: "Mi pequeño Eric, me dijo, tiene dos soldados de plomo; me ha encargado que le dé a usted uno como recuerdo”. En mi cuento “La casa vieja” he recordado el soldado de plomo de Eric. En la ciudad de Cristinelund, la misma primavera me trajo su viñeta: una rama de manzano en flor. Tal alegría me surgió un cuentito: “Hay una diferencia”.
Al volver a la ciudad de París en el año 1866, el escritor visita en el Campo de Marte la feria de Otoño (es un jardín público de 24,5 hectáreas). Diría años más tarde “El castillo de las hadas me gustó mucho, por lo que quise dedicarle un cuento; pero ví una crítica muy bien hecha sobre la exposición; y decía que sólo la pluma de un Dickens podría escribir con el colorido debido la animación del cuadro. Sin embargo, más tarde, en mi cuento "La Dríade”, realicé mi intento“. 


La Bohardilla que alquila en   la ciudad de Wungaardtroede la lleva de escenario a dos obras: ”Este cuartito abohardillado ha sido descripto en Nada menos que un violinista y en el libro Estampas de Estampas". Son estas dos confesiones más: “mis paseos meditativos en verano por los vastos parques románticos de los castillos de Fionia,me han enseñado más que los gruesos diccionarios”. Sin duda fue un escritor que al  viajar su imaginación se nutrió.
“La casa de Collin, en Copenhague, siempre fué mi verdadero hogar. La fantasía y la alegría que se encuentran  en mi novela O.T., y en mis obras dramáticas de aquella época, han sido respiradas por mí en aquella atmósfera” . Todos  estos ejemplos citados  están bien confirmados con aquellas palabras de Andersen: “La mayor parte de mis obras sacan así su inspiración en los hechos externos: ”Cada uno puede, si sabe mirar en torno suyo con ojos de poeta, advertir estas manifestaciones de belleza, que yo llamaría Poesía del azar".


Es muy fácil para los lectores Andersianos descubrir en las páginas de Hans Christian resonancias de sus días, ecos biográficos no confesados en el cuento de su vida, florido ramo de recuerdos que llamó Edmón Pilón “transparentes y puros como su corazón”. Vayan aquí  algunos encontrados por José Guillermos Huertas quién los publicó en varios artículos periodísticos allá por la década del 40 en Buenos Aires. El comienzo del cuento “El cometa” es muy parecido al episodio del astro que vió durante el año 1811, cuando contaba  con tan solo 6 años de edad. Comparemos solo dos oraciones: “Era un cometa con una brillante y larga cola de fuego” (cuento), “vi la enorme bola de fuego tan temida con su gran cola brillante” (biografía). Podemos deducir que en el cuento era un recuerdo o una mirada desde una perspectiva de un niño. Mientras que en el segundo caso, lo es desde una perspectiva de un adulto, con la implicancia del riesgo que implica el impacto de un cometa. 


La cuna, el hogar  paterno y el taller de zapatero reviven en “Historia de una madre”, en “Los zapatitos rojos”, etcétera. En “Los chanchos de la fortuna” este escritor dibuja con humorismo los primeros ambientes literarios que él conoció durante su juventud, comentando hasta obras publicadas por aquel tiempo. Su segundo maestro de primeras letras, tan cariñosamente descrito por Andersen en “El cuento de mi vida”, asoma también en la obra “El cometa”. La casita de Fionia, con prado y jardín, tan ambicionada  por sus padres, está en el apólogo “La margarita”. El Pata de cabra de “La Pastorcita y el deshollinador”, nos trae con su maldad la presencia de inolvidables  diablos con patas de chivo de las narraciones oídas por él de pequeño. Hans de pequeño oía estas historias de los campesinos de Bogense. Las mismas cigüeñas que Andersen lleva milagrosamente siguiendo su rumbo al partir de Copenhague y que prenden su nido sobre el tejado de sus amigos de Cristinelud, no son extrañas a las protagonistas de la historia “Las cigüeñas”.  La vida del  muchachito de “El jabalí de bronce” es copia, en parte, de la niñez dolorosa de la madre de Andersen que padeció una niñez sin diversión y amor.  Otros son episodios de la vida del propio escritor que durante su adolescencia sediento de gloria y ternura, sólo cosechaba burlas y fracasos. 


En la obra “La Campaña” , cuento de hondo significado, reflejo de sencilla piedad de todos sus días, está recogida claramente su posición espiritual. Escribe en su biografía: “De este modo voy, inconscientemente, al templo: ya en el bosque, ya sobre las colinas de la antigüedad, ya en mi solitario cuartito”. Y el cuento dice: “… una gran paz envolvió al bosque y el muchacho se dejó caer de rodillas para rezar la oración de la tarde”. “Toda la naturaleza era como un enorme y sagrado templo”. En otro capítulo de su biografía cuenta este escritor: “Una vieja lavandera me había contado que el Imperio de Chinaestaba justamente debajo del río Odense; así es que esperaba yo, en las noches en que brillaba la Luna, ver surgir algún príncipe chino que, habiendomé oído cantar, me llenaría con el a su reino, me llenaría de riquezas y títulos”. Parece este episodio un presagio de su cuento “El ruiseñor del embajador de la china”.
Fue Petit el primer traductor alemán de la obra de Andersen, señaló a “El patito feo” como metáfora de la vida de su autor. El poeta dinamarqués lo negó. Sin embargo, creo que como símbolo debe aceptarse. Es el alma humilde, muy ávida de belleza, que ignora poseer un alto destino como dicen los que saben: Nacer cisne. Si no leyó a este autor dinamarqués se los recomiendo dado que es muy bueno.

                           Ulises Barreiro

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