2 x 1: carta de una hermana de desaparecidos a los jueces
Además de compañera de militancia, soy abogada de Gloria en causas de lesa humanidad. Ella tiene dos hermanos desaparecidos y otro sobreviviente, que con 14 años estuvo secuestrado en la ESMA. Hoy ella estuvo en Comodoro Py recorriendo los tribunales para exigir que los secuestradores de sus hermanos no queden en libertad. Allí les entregó a los jueces esta conmovedora carta donde relata crudamente cómo el genocidio atravesó a toda su familia.
Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal, Miguel Hernández.
Un golpe helado
No doy crédito, no puede ser, me digo. Pueden volver a caminar libres. Nos los podemos cruzar en un bar, en cualquier lado. Este tipo de animal no se esconde, no se avergüenza, no teme.
Pienso en el Turco Julián, nazi confeso, dueño de la vida y de la muerte en los Centros Clandestinos del Circuito Atlético, Banco, Olimpo. Podría quedar libre. Fue condenado en 2010. En un juicio en el que entre muchos desaparecidos y sobrevivientes, mi hermano Guillermo Pagés Larraya fue uno de los casos por el que se condenó a Julián y a 15 genocidas más. La desaparición, secuestro y torturas contra Guillermo fueron tratados y probados por testigos y compañeros de cautiverio en el Juicio a las Juntas en 1983.
Sí, la Corte Suprema ha entregado la llave para que las puertas se le abran a los asesinos y torturadores de nuestros familiares, de nuestros compañeros sobrevivientes.
Fui testigo en ese juicio. Mi hermano Antonio también. Declarar en un Tribunal, en un juicio por delitos de lesa humanidad, donde una de las víctimas es tu familiar, de algún modo trastoca hasta lo más hondo. Hay que exponerse delante de jueces, de asesinos, de defensores de asesinos. Buscaba con mi mirada la de mis compañeros y familiares que me habían acompañado. También es una reparación. Decirles ahí que los queremos presos, a todos, en cárcel común y para siempre.
Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal, dice Miguel Hernández. Eso recibió mi familia un 4 de septiembre de 1977. Desaparecía mi hermana Rosita. Tres años apenas cumplidos tenía yo. Mi vieja a punto de parir. Así nacía Clara quince días después. En medio de ese espanto desgarrador. Mi viejo se repartía entre gestiones, búsquedas desesperadas, patear puertas de funcionarios que por toda respuesta tenían un “jódase, los hubiera criado mejor”, juzgados y habeas corpus rechazados, y la alegría imparable de una nueva vida entre sus brazos. Un año y dos meses más tarde, nació Ana. Ese aferrarse a la vida.
Meses después, en diciembre, desaparecía Guillermo (Mariano). Antonio con 14 años era secuestrado en la Esma durante unos días. Nosotras crecíamos mamando esa angustia, esas que uno no sabe cómo hicieron, cómo hicimos, nuestros viejos, las Madres, los hijos e hijas, nosotras mismas, para llevar encima. De un silencio atronador, de eternas y miles de noches insomnes, de la ansiosa locura de la escritura se agarró mi papá.
Más tarde llegó la verdad: Guillermo estuvo desaparecido y secuestrado en los tres centros clandestinos del circuito ABO. No hay certezas, claro, de eso se valieron los genocidas, pero hay grandes indicios de que fue tirado al Río de la Plata en los horrendos vuelos de la muerte.
Tan chico, tan apasionado, tan de esa generación que nos robaron porque se enfrentaron a la miseria de lo posible y pusieron en cuestión este mundo para transformarlo.
Su corta vida de 22 años fue la de un militante voraz. Arranca en los primeros años de la secundaria en el Nacional Buenos Aires, para ser después periodista, trabajador telefónico de Entel, estudiante universitario, cuadro dirigente en Montoneros. Todo de golpe, todo junto. Cuando los milicos fusilan a su compañera Verónica Basco, Guillermo le escribe al padre una carta bellísima que empieza con una cita de Julius Fucík, un poeta checoslovaco: “por la alegría hemos vivido; por la alegría fuimos al combate. Que jamás la tristeza sea asociada a nuestros nombres”. Y le cuenta lo felices que eran juntos, pequeñas y hermosas escenas de una vida intensa, que hasta un hijo querían traer al mundo.
Ahora que los asesinos y secuestradores de Guillermo, de Rosita y de los 30.000 tienen la llave de sus celdas, no podemos quedarnos quietos. No lo hicimos nunca.
No es sólo un acto de justicia, es también en propia defensa. Todos los que fuimos testigos, todos los sobrevivientes que declaramos, en mi caso por ejemplo contra el Turco Julián y los genocidas de ABO no estamos tranquilos si podemos verlo caminar libre. Si puede vernos. Si puede amenzarnos. Si puede hacer lo que le venga en gana.
No los pueden dejar libres. No.
Sepan que no vamos a quedarnos esperando. Vamos estar alertas, movilizados, no nos van a parar ni a atemorizarnos. Cuarenta años de lucha no lo van a tirar por la borda tres jueces. Nos dieron este manotazo duro, este golpe helado, nosotros lo recibimos y nos paramos firmes. No los pueden dejar en libertad.
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